La Nave
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Plaquette alternativa N° 6; Bucaramanga, septiembre de 2011; lakartilla@hotmail.com; Director: Claudio Anaya; Comité asesor: Diagramación: Gloria Inés Ramírez M., Diseño: Diana Katherine Ramírez J., Pavel Ángel Miranda N.
La Nave es una publicación seriada, cuya finalidad es difundir la creación literaria y cultural de Santander.
Las ciudades del mar
Por: Claudio Anaya
Hace algunos años, en una conferencia le oí decir al escritor y neuropsiquiatra santandereano Miguel Ángel Pérez, que la literatura debía rescatar el fabulador. Meses después apareció su libro Las Ciudades del Mar, haciendo realidad su teoría y propuesta de tratar a sus infantes pacientes con lectura y no con otros métodos ya muy cuestionados.
Ha pasado el tiempo y se sostiene en su propuesta: “La única terapia que tiene sentido, es la vida misma”, manifestó en otra conferencia a finales del 2007. Frase que tiene conexión medular con su propuesta médica y con los relatos de Las Ciudades del Mar, que trabajan la dúctil materia de los sueños y lo fantástico. Digo dúctil, desde mi cómoda situación de lector que degusta un discurso donde se ha hecho abandono de la lógica cartesiana, podríamos decir, y se hace uso de la fantasía y lo maravilloso, donde no existen reglas o leyes porque su armonía se cimenta en el mismo momento de la revelación de las imágenes, que más que encajar, le dan curso al hilo narrativo, creando una atmósfera donde se mencionan los hechos, los objetos o los personajes, pero como escapados a su gravedad o su destino: mujeres que son el mar, que en su cuerpo y su perfil de musas románticas y fatales, encierran los misterios de las ciudades del mar; esa geografía olvidada por nosotros con el paso de la niñez a las edades adultas; esa otra región donde, bajo el nivel de un espejismo de aguas serenas y azules por el reflejo del cielo, encontramos el piso farragoso e inestable de una ciénaga.
Las Ciudades del Mar son el escenario para el rescate de las viejas figuras legendarias, el marino como prototipo del personaje entregado a la aventura y los largos viajes, la antiquísima fauna de bestiario que en estos relatos nos sorprende con sus nuevos híbridos, mujeres cuya cabellera es el mar, caracoles donde verdaderamente se oye el sonido del océano. “…De una red cargada sobre un hombro sacó un mar diminuto y lo extendió en el asombro de mi habitación. La casa se inundaba, muebles, libros y objetos bailaban imprevisibles. El agua se desbordaba por las ventanas y todo huía con ella. Fue entonces cuando apareció mi tío con una pistola de pirata y le apuntó. Annelyne le suplicaba que la dejara irse con él, pero mi tío la sostenía de un brazo y la halaba fuerte. El viejo no habló, sólo nos miró con ojos de pulpo, llamó al mar, lo recogió en la red y se alejó llorando”.
El anterior fragmento es muestra suficiente del rescate del narrador-fabulador, el regreso a la edad de la inocencia, el regreso a lo poético, a lo mítico si se quiere. “El que la infancia sea poética, es sólo una fantasía de la edad madura”, dijo el poeta italiano Cesare Pavese. Pero ello encierra un querer remontarse a la remota región de lo mítico, esa fuente de la cual brotan aún, nuestros más impresentidos estupores. Lo que la racionalidad y la lógica de la cultura material, matemática y contable, no han podido disolver.
Las Ciudades del Mar es un libro oportuno. Todos los buenos libros nacen en su momento oportuno, y manejan dos ámbitos importantes y complementarios entre sí. Primero, son producto de una época y una sociedad, elaboradas en la conciencia del autor; y segundo, podría afirmarse que de alguna forma también ayudan a moldear esa sociedad. Estos libros son un verdadero acto de fe en la vida y en la palabra, y en sus muchas posibilidades de redimir al hombre. No en salvarlo para alguna creencia religiosa o ideológica, sino para sí mismo.
Un libro así, es el ofrecimiento a la sociedad, de un fruto pleno que nace de nuestra realidad erosionada por el egoísmo y la neurosis, y al mismo tiempo nace contra ella; nace del deseo por superarla. Libro de viajes, ideal para la catarsis, con un lenguaje claro y límpido, alejado de eufemismos y demagogias intelectuales. Es la voz de un maestro, que resuena por los escondites de la niñez, de ese niño, que al decir de Pavese, siempre nos acompañará como el otro que fuimos.
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Texto publicado en el periódico EL FRENTE, página 6 A , Opinión, el jueves 28 de febrero de 2008, Bucaramanga.
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