sábado, 24 de septiembre de 2011

País remoto, país íntimo



La Nave

lanavepoetica.blogspot.com
Plaquette alternativa  8; Bucaramanga, septiembre de 2011; lakartilla@hotmail.com; Director: Claudio Anaya; Comité asesor: Diagramación: Gloria Inés Ramírez M., Diseño: Diana Katherine Ramírez  J., Pavel Ángel Miranda N.
La Nave es una publicación seriada, cuya finalidad es difundir la creación literaria y cultural de Santander.


 País remoto, país íntimo

 
Por: Claudio Anaya

   La aparición o el encuentro de un buen libro también es noticia. Por eso quiero participar a los lectores el descubrimiento de un libro afortunado, se trata de País Íntimo, Premio Nacional de Poesía Antonio Llanos; otorgado por la Biblioteca Centenario de Cali en el año 2000, y escrito por el poeta Hernán Vargascarreño, nacido en 1960 en  Zapatoca, Santander Sur. Obra que nos ofrece en el delicioso lenguaje que da la experiencia en el oficio (leer y escribir, pensar en el mundo y la vida con la más alta exigencia) una visión delicada y cálida, íntima, en una de sus facetas más civilizadas, la vida de los seres  humanos en el recuerdo. Pero no es una memoria antiséptica sino cargada de sugerentes esencias, donde tienen mucho que ver el espíritu de la región, la época y lo mítico. La vida de las ciudades intermedias en Santander Sur, iniciada la segunda mitad del Siglo XX, cosa que todavía en algunos  parajes y momentos, podemos captar.
   La memoria escrita es el final de un proceso de autoafirmación ante el mundo, de recuperación de una época que no volverá y cuya ausencia nos enfrenta  a la nostalgia de lo irrecuperable; la vivencia grata que se acaricia cuando sólo es recuerdo. Este regodeo en el pasado, este bucear en los recuerdos le confiere a esa memoria la belleza de lo idealizado, el recuerdo de lo humano sin el peso del presente, sin la brutal gravedad del presente, como lo expresa el autor:

Asuntos de casa

Primero fue una luz. La luz era un sueño.
El sueño una mujer y un hombre que se amaban.
Así, creció la casa.

   País Íntimo es el libro del regreso, a lo grato y armónico que puede tener la vida del poeta en su infancia y juventud, y a la historia de la cultura en nuestra región. Como ya grandes poetas lo han hecho, entre los nuestros Aurelio Arturo por ejemplo, Hernán Vargascarreño recupera esos ámbitos perdidos con el transcurrir de los años, en un lenguaje depurado y universal, rescata de las profundas gasas del olvido un momento, una época y una  forma ser y vivir en la historia de nuestro pueblo santandereano, crea una región literaria que tiene mucho de la atmósfera ingenua de la pequeña ciudad y del Siglo XIX, por su orgánica proximidad a lo natural, una región literaria que nace del Santander real de esa época y que ya no se perderá, porque estará siempre en las páginas de su País Íntimo, espléndida muestra de las obras delicadas que produce nuestra cultura.


País de agujeros (6)

Clausuremos las ventanas
ahora que hemos decidido
ignorar la puerta.
Afuera
el mundo no es tan grande
ni tan feliz como parece.
Alguien que no es la muerte
nos engaña desde siempre.
 











*
Texto publicado en el periódico EL FRENTE, página 4 A, Opinión, el jueves 27 de diciembre de 2007, Bucaramanga. 

                  



Padrenuestros profanos

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Padrenuestros profanos

Por Claudio Anaya

   El poeta santandereano Hernando Ardila, nos presenta un libro de poemas de profunda vocación social, en donde, apoyándose en referentes históricos y culturales como la Biblia, la historia, la constitución y otras coordenadas de la cultura universal, explora con sentido crítico al actual sistema económico y social. Juega o experimenta de manera desenfadada con esos conceptos, para finalmente sorprender, al contarnos que la anécdota ha terminado con lo que creíamos que iniciaba, como al final de su poema Génesis:

“ Al final,
   el oro hizo al hombre y al hambre
   homo hominis lupus…
   y a Dios, a su imagen y semejanza”.   

   Se percibe también en algunos poemas de Hernando Ardila, un regusto por el humor. Poemas como Zoom politicom:

(Dios los crea… ellos un día se juntarán)
  El hombre es un ser social por naturaleza: Aristóteles.
    Y le dijo el padre:
“tráeme un hombresolo”
…  el hijo regresó
  trayéndole…
  una muchedumbre.

poemas que aparentemente son un juego con el absurdo y lo sorpresivo, no se quedan en el humor ni en el juego de los contrasentidos y la experimentación, al empalmar dos situaciones o factores que nada tienen que ver, para de ahí sorprender al lector con la nueva significación o escena que surja de este encuentro.

Hágase… páguese

(Midas se aprovechó de todo cuanto dijo el señor)
 Dios dijo:
“hágase la luz”
¡ella alumbró para todos por igual!
Luego,
Edison la atrapó patentándola suya
Phillips, en oro la convirtió
nuevo Dios…
Faber dijo:
“brille para todos la luz perpetua”
La multitud en silencio coreo:
Que Dios nos saque de penas
la luz
no se puede ir a pagar.

    No solamente eso. Este libro tiene implícita una actitud que para no llamar de esperanza, menciono como de persistencia y avance, tal vez de confianza en ese mundo que él quiere refundar con su nueva narración del mundo y la cultura.

    El poema Tanto y nada es un descarnado diagnóstico desde la realidad de las calles de las ciudades colombianas, donde la brutal presencia de las condiciones actuales, descalifica cualquier argumentación apoyada en la propaganda política y hasta en lo jurídico.

   Otro rasgo es el tono de marcada tendencia épica, con el cual canta y cuenta sobre las diferentes culturas latinoamericanas, hermanándolas al mencionar sus rasgos y diferencias, uniéndolas al visualizar para ellas un destino común, derivado de las actuales condiciones políticas. Y es así como Hernando Ardila retoma la vieja bandera de un debate ya olvidado: el papel del intelectual y el artista, en la transformación y liberación de la sociedad.

   Debate que tuvo vigencia de los años sesenta a mediados de los ochenta, aproximadamente, y que de ahí hacia acá prácticamente nadie ha dicho ni pío al respecto. Y el intelectual que era visto con desconfianza por el poder, prácticamente desapareció de los escenarios públicos (con algunas excepciones gracias a los dioses y los mortales) y fueron reemplazados por una granizada de artistas lacayos, burocratizados por una ley de cultura que acabó por pauperizarlos en muchos aspectos.

   Hernando Ardila entiende la creación artística y la poesía, como un importante ámbito a través del cual se posibilita la creación de conciencia en los individuos y de ahí la transformación de la sociedad y del mundo. Es una vieja utopía que renace, precisamente ahora, cuando más turbias y oscuras son las condiciones políticas, sociales y culturales en Colombia; situación agravada por la ignorancia y el desparpajo con los cuales la gran mayoría de los compatriotas mira y deja hacer, marginándose del debate y pensando que la obediencia, la resignación o el mimetismo con el régimen, contribuyen a depurar nuestra democracia.

Traición

Mateo 10 -14, contextualizado por Nando 8 - 21
No…
Jodas,
¿por un peso entregas
 al hijo del hambre?     




*
Texto publicado en el periódico EL FRENTE, página 4 A, Opinión, el viernes 3 de octubre de 2008, Bucaramanga.                     

Las ciudades del mar

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Las ciudades del mar





Por: Claudio Anaya

   Hace algunos años, en una conferencia le oí decir al escritor y neuropsiquiatra santandereano Miguel Ángel Pérez, que la literatura debía rescatar el fabulador. Meses después apareció su libro Las Ciudades del Mar, haciendo realidad su teoría y propuesta de tratar a sus infantes pacientes con lectura y no con otros métodos ya muy cuestionados.
   Ha pasado el tiempo y se sostiene en su propuesta: “La única terapia que tiene sentido, es la vida misma”, manifestó en otra conferencia a finales del 2007. Frase que tiene conexión medular con su propuesta médica y con los relatos de Las Ciudades del Mar, que trabajan la dúctil materia de los sueños y lo fantástico. Digo dúctil, desde mi cómoda situación de lector que degusta un discurso donde se ha hecho abandono de la lógica cartesiana, podríamos decir, y se hace uso de la fantasía y lo maravilloso, donde no existen reglas o leyes porque su armonía se cimenta en el mismo momento de la revelación de las imágenes, que más que encajar, le dan curso al hilo narrativo, creando una atmósfera donde se mencionan los hechos, los objetos o los personajes, pero como escapados a su gravedad o su destino: mujeres que son el mar, que en su cuerpo y su  perfil de musas románticas y fatales, encierran los misterios de las ciudades del mar; esa geografía olvidada por nosotros con el paso de la niñez a las  edades adultas; esa otra región donde, bajo el nivel de un espejismo de aguas serenas y azules por el reflejo del cielo, encontramos el piso farragoso e inestable de  una ciénaga.
   Las Ciudades del Mar son el escenario para el rescate de las viejas figuras legendarias, el marino como prototipo del personaje entregado a la aventura y los largos viajes, la antiquísima fauna de bestiario que en estos relatos nos sorprende con sus nuevos híbridos, mujeres cuya cabellera es el mar, caracoles donde verdaderamente se oye el sonido del océano. “…De una red cargada sobre un hombro sacó un mar  diminuto y lo extendió en el asombro de mi habitación. La casa se inundaba, muebles, libros y objetos bailaban imprevisibles. El agua se desbordaba por las ventanas y todo huía con ella. Fue entonces cuando apareció mi tío con una pistola de pirata y le apuntó. Annelyne le suplicaba que la dejara irse con él, pero mi tío la sostenía de un brazo y la halaba fuerte. El viejo no habló, sólo nos miró con ojos de pulpo, llamó al mar, lo recogió en la red y se alejó llorando”.
   El anterior fragmento es muestra suficiente del rescate del narrador-fabulador, el regreso a la edad de la inocencia, el regreso a lo poético, a lo mítico si se quiere. “El que la infancia sea poética, es sólo una fantasía de la edad madura”, dijo el poeta italiano Cesare Pavese. Pero ello encierra un querer remontarse a la remota región de lo mítico, esa fuente de la cual brotan aún, nuestros más impresentidos estupores. Lo que la racionalidad y la lógica de la cultura material, matemática y contable, no han podido disolver.
   Las Ciudades del Mar es un libro oportuno. Todos los buenos libros nacen en su momento oportuno, y manejan dos ámbitos importantes y complementarios entre sí. Primero, son producto de una época y una sociedad, elaboradas en la conciencia del autor; y segundo, podría afirmarse que de alguna forma también ayudan a moldear esa sociedad. Estos libros son un verdadero acto de fe en la vida y en la palabra, y en sus muchas posibilidades de redimir al hombre. No en salvarlo para alguna creencia religiosa o ideológica, sino para sí mismo.
   Un libro así, es el ofrecimiento a la sociedad, de un fruto pleno que nace de nuestra realidad erosionada por el egoísmo y la neurosis, y al mismo tiempo nace contra ella; nace del deseo por superarla. Libro de viajes, ideal para la catarsis, con un lenguaje claro y límpido, alejado de eufemismos y demagogias intelectuales. Es la voz de un maestro, que resuena por los escondites de la niñez, de ese niño, que al decir de Pavese, siempre nos acompañará como el otro que fuimos.  
                                         


*
Texto publicado en el periódico EL FRENTE, página 6 A, Opinión, el jueves 28 de febrero de 2008, Bucaramanga.            
          



La sombra de arcilla

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La sombra de arcilla


Por: Claudio Anaya

  Hay muchas formas de escribir poesía; tantas, cuantas personas ejercen el oficio; tantas, cuantas formas de sentir hay en el mundo. Sin embargo una de ellas tiene una poderosa influencia en quienes nos ocupamos de estas cosas; es la actitud que asumió ante la poesía el poeta colombiano Aurelio Arturo. Él pertenece a esa estirpe de poetas con un gran sentido de consideración y de práctica ante las complejas relaciones del mundo. Tal vez no quería agregarle más peso al planeta, más complicación a la vida, y con gran sentido de levedad agregó a ese mundo que dejó en 1974, sólo un puñado de poemas y canciones, en el cual resumió el sentido estético de lo que vieron sus ojos de niño, en las comarcas al sur del cañón del Río Patía.
   Ante el ejercicio poético cabe resaltar su actitud distante y prudente, su austeridad ante la evocación, la paciencia de eterno alfarero que lo acompañó siempre en el incesante y retirado oficio de moldear con constancia la arcilla de la que están hechos sus poemas, antes de decidir el instante en que tendrán forma definitiva en la escritura, antes de que el ánfora quede girando ante nuestros ojos. Sólo eso, un puñado de poemas. “Todo lo que tengo que decir lo dije en Morada al Sur”, confesó alguna vez a algunos de sus amigos. Según William Ospina: “Muchos versos, sin duda, ya habían tomado forma en su mente, por ese procedimiento singular de su poesía, que crecía lenta y segura en él, y que sólo y circunstancialmente se resignaba a lo definitivo del lenguaje escrito”.
   Esta actitud de Aurelio Arturo nos recuerda inevitablemente a otro maestro latinoamericano, a Juan Rulfo. Maestros que pocos árboles han tenido que derribar para que su nombre gane un espacio en la historia de la literatura. Habrá otros maestros de esta línea o talante, pero con seguridad son pocos y se constituyen en ejemplo de dignidad ante el problema de los best seller o de los escritores leñadores que cada año publican un libro, sin que tengan mucho que decir.
   El tiempo es el mejor antologista, dijo repetidas veces, Borges. De esta sentencia podemos inferir su aplicación en el aspecto individual de los escritores, la depuración constante del texto ante la perspectiva de que la literatura es ganarse un modo propio de decir las cosas sobre las que todo el mundo habla o escribe. Y la conciencia humana, esa mezcla confusa de razón, instinto y sentimiento, se conforma por una serie de antesalas o borradores sobre los que trabajamos las palabras o las ideas, o ellas nos trabajan a nosotros; de todos modos es un grato, a veces doloroso o apasionado encuentro en el cual dejamos signado nuestro paso por el mundo, las alucinaciones del presente, la visión de lo que vendrá.
   Aurelio Arturo eligió, o tal vez fue su destino escribir la nostalgia de sus primeros años, de sus remotos paisajes del sur, remotos en la distancia, en el tiempo, y evocados como todo recuerdo a contracorriente, río arriba hasta llegar a la fuente del mito, donde lo personal se torna esencial y donde un hombre es todos los hombres. Se valió de una depuración del recuerdo, firme y armónica, la cual, como el sueño, libera la memoria de las ataduras y la  hojarasca que son lo puramente circunstancial, los agregados de la pobre cultura material. Esta depuración del recuerdo es un triunfo espiritual, una forma superior de inteligencia y de conocimiento de los universos interiores del hombre. De ahí, el tono épico de sus poemas, su atmósfera mítica y fundacional pues no canta la sola experiencia de un solo hombre sino de todo un pueblo, tal vez de toda la humanidad. Es esta la quintaesencia de lo poético, la perennidad de la poesía, el ámbito en donde el alma de cualquier hombre es la misma que la del más humilde campesino.
   Lección de humildad y sencillez ante la vitalidad y la ingenuidad de la vida natural que es como una muchacha púber, influenciable y voluble, y que manifiesta su manera de ser en la incondicional presencia de todas las cosas que pueden ser necesarias o que pueden contener la idea, la concepción de un mundo elemental y primitivo. La búsqueda de lo esencial en la vida es volver los ojos hacia lo que sostiene la vida y la hace posible; no hacia las cosas que la complican o la destruyen. Es quizá por esto, que los poemas de Aurelio Arturo están cargados del aire balsámico de los bosques, de una sensación de cósmico regocijo ante la visión de los fértiles valles, están cargados del sutil aleteo de las palabras de la nodriza y de las actitudes y las siluetas de hombres muy viejos que habitaron algunos días de su niñez; están cargados de tambores, de indómitos caballos que saltan sobre el horizonte, de hadas, del olor a húmeda tierra, de soleado trigo, de follajes azotados por el viento y del viento que llega a retozar en los patios, del polvo de los caminos, de ríos, canoas y grandes troncos, de frutas plenas, de aldeas, de rocío, de estrellas murmurantes y de la presencia de la casa, grande y misteriosa, llena de palabras y leyendas que quizá no se pueden desentrañar; sus poemas están cargados de todo esto y de muchas otras cosas que representan la relación armónica del hombre con la naturaleza, con el cosmos.  


III
(de Morada al sur)

En el umbral de roble demoraba,
hacía ya mucho tiempo, mucho tiempo marchito,
un viento ya sin fuerza, un viento remansado
que repetía una yerba antigua, hasta el cansancio.

Y yo volvía, volvía por los largos recintos
que tardara quince años en recorrer, volvía.

Y hacia la mitad de mi canto me detuve temblando,
temblando temeroso, con un pie en una cámara
hechizada, y el otro a la orilla del valle
donde hierve la noche estrellada, la noche
que arde vorazmente en una llama tácita.

Y a la mitad del camino de mi canto temblando
me detuve, y no tiembla entre sus alas rotas,
con tanta angustia, un ave que agoniza, cual pudo,
mi corazón luchando entre cielos atroces.

*

Texto leído el 16 de abril de 2003 en la sala de conferencias del Instituto Municipal de Cultura de Bucaramanga, y publicado en CARTILLA MÍNIMA Nº Cero, Bucaramanga, abril de 2006     

sábado, 17 de septiembre de 2011

El paisaje indeleble

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El paisaje indeleble

  
Por: Claudio Anaya

La poesía según Javier Félix, debe obedecer principalmente al encuentro con la belleza interior. Que la poesía explore en las situaciones y circunstancias humanas y atrape en el texto esa visión que captó el poeta. De ahí que sus textos se alejen de esas temáticas snobs tan en moda por estos tiempos, o carezcan de esas experimentaciones técnicas muchas veces vacuas o artificiosas; al fin y al cabo como dijo el apreciado profesor Serafín Martínez: “En literatura se puede ser un buen creador, sin ser un innovador técnico”.

Para Félix el texto debe ser natural y cristalino como un riachuelo en un oculto pliegue de la montaña. Y entendible como el arte clásico y figurativo, al cual ya la historia de la cultura asignó sus capítulos y su época, pero no por eso venido a menos, antes, por el contrario, conservando toda la monumentalidad de las propuestas directas y de fecundos sustratos, pues su poesía no divaga en ideologías ni hace complicados giros abstraccionistas, sino que toma la anécdota por la cabeza y en un lenguaje universal incluye inexorablemente toda la carga de lo humano y lo social. La totalidad del ser humano en sus universos interior y exterior.

Estos Textos mediterráneos, con suaves matices, nos hablan de la sutil alegría del descubrimiento del viajero. La admiración elemental, casi infantil, de los espíritus leves ante los parajes y los lugares del mundo. Recordándonos así la antiquísima actitud de ser sólo viajeros en este mundo, actitud que sobrevive en nosotros tal vez por su doble condición de origen: nuestro remoto pasado cuando fuimos nómades, vagabundos sobre la piel de la Tierra, y nuestra fugaz existencia, nuestro efímero paso por la vida.

Los libros de viajes, la memoria visual y táctil de voyeur o esas crónicas de pequeños mundos e incógnitas vidas, que a veces se presentan como muy frescos apuntes en medio de una selva de hojarasca, y que quedan atrapados en la libreta de apuntes, en el messenger o en la agenda de diario entre citas de negocios, parciales balances contables, y listados de teléfonos y correos electrónicos, expresan a la perfección nuestro intermitente paso por el mundo. Son el desinteresado relato, la sutil confidencia y la muestra de esa capacidad de asombro por las cosas sencillas del mundo, que aún no se ha perdido y sobrevive en quienes han decidido tomarse la vida con serenidad y mesura, en quienes hacen una pausa para descansar y pensar, y no terminan por creer en la celeridad que el mundo les ofrece, y saben que otro tipo de sociedad es posible. Y pensando que la vida debería ser frugal, o impronta y relajada como la lectura de un libro de viajes, me viene a la memoria la paradoja del poeta, atrapado entre la búsqueda de su libertad esencial y uno de los peores inventos del hombre: el trabajo, el trabajo material con finalidad económica, antípoda de la realización de su obra.

Textos mediterráneos es un libro del oficio de viajero, el relato de un viaje, de un camino, de un tiempo en la vida de un poeta que viajó en los años noventa a conocer una de las fuentes de las cuales provenimos. Y representa la despreocupación de las rutinas, un rompimiento con el sedentarismo y un intento por alcanzar alguna de las quimeras que habitaron la juventud de nuestra generación.

Tren a Palermo

“Tunella vitá non safare nienti di capire” Salvatore.

Ventana azul inolvidable que bordea la esperanza, ilusión perpetua de caminar en un paraíso por la costa vieja de zapato siciliano que recorre mi pie joven; ingenuidad en la carroza segunda, invadida ahora, vagabunda, tornada en el color del mar, mi vientre, mi sexo,  mi respiración, inundando con su savia el néctar que engendrará para siempre un ser humano, frágil.

Crepúsculo en Roma

Abrazado a un árbol, recorro la primaveral ciudad de Miguel Ángel y escucho las canciones de la coral divina en un templo repentino.

La tramonta juega con la seda de mi cabello y me permite ignorar la dura soledad.

Camino largo, extraño; fugaz vacío en mi entraña. Pasivo y lento. Dedico mi piel y mi corazón a una criatura que Dios me ha enviado.

Tomando café

El barullo del diálogo que todos intentan aquí, adentro.

En un rinconcito tu rostro, tu olor, tu presencia sideral.

Tanteo dibujarte en cada palpo, en cada bocanada de imágenes que me llega.

Despedirse, la propuesta, pero es imposible dejarte, es ilógico pensar que te quedas, porque ya viajas en mis más internas sustancias, ya recorres los golpes que la memoria me proyectará en la inmensidad de un mar que me cobije y de una tierra que me ame.







Tomado de Nave de Papel No.8, abril de 2010


Dentro de la ballena del día

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Dentro de la ballena del día






Por: Claudio Anaya

Ni la sombra te ha visto, es una pequeña colección de poemas de Wilson Bejarano Hernández, y nace de una ruptura, de la ruptura que representa la fatiga de todos los intentos posibles en los lenguajes de la formalidad.

Este poeta abandonó el lenguaje formal y  la anécdota, y se internó gradualmente en la gruta primigenia, avanzando a tientas y desechando muchas situaciones e imágenes del mundo exterior. Conservando solamente una veta de pasión por el oficio literario, y cierto cansancio del mundo.

Su trabajo de minero, de explorador de las oscuras profundidades de la ballena del día, del duro pan del día que es como la corteza del mundo, le deparó el destello de una punta de cuarzo y después otra, y otra más, hasta reunir en sus manos embarradas este manojo de poemas, dichos en un lenguaje sorprendente, concebidos en uno de los anegadizos umbrales entre el surrealismo y el irracionalismo, pero como producto de una rebeldía muy consciente con respecto a lo social.

Estos poemas son el testimonio de esa franja de libertad, de intimidad y misterio, que debe tener cada persona para sentirse viva.


Reloj viajero

En esas sombras bárbaras
las paredes en las gotas de sangre
las horas detenidas y el viaje sin descanso
viene con sus sábanas blancas
con el trono herido.
El uno, sentado en el corazón
el dos, compartiendo repúblicas
el tres, hora fatigada de enero
el cuatro, en comunión de idilios
y viajas… y viajas…
de Suiza,
en las manos de un ángel negro
a Guatemala
en las manos quemadas
por el sol de los esclavos
por las balas y los misiles.
Te redondeas como la luna, libre
te coloreas como los huesos,
te ausentas de la muerte.
El cinco me observa con justicia
necesita esclavizar mi espacio
necesita la batería
para dar muertas… horas vueltas…
tarde eterna de sol… idea eterna
que el vino abunde desde París de dónde vienes
desde la clínica que te dio de alta
hasta mis pies ajados
que quieren darle vuelta al universo.  

Huida

Todos en marcha, defendiéndose
del público, deplorable la huida,
una fila solitaria, gris, tardía e inhumana,
su hipnotismo no tenía discusión,
recogían el mármol, las antorchas
balbucean tez, pierden su
primavera, son gotas de oro, el
ruido de sus bocas esparce ceniza,
sus puños, sus blancos ojos, su
cabellera colectiva, es un moño de
horror, es un cuerpo de sangre
infinita que nos sigue.

Piel a gotas

¿Por qué?
¿Por qué no somos una nube densa,
 sin colores,
 transportada por vientos de fuego?
¿Por qué morimos?
¿Por qué no nacemos viajeros en epidermis morenas?
¿Por qué nos enamoramos si la unión visceral tiene mundos
equivocados?
Son noches sin luna.
El tren fragua las intrigas
se esparcen las sonrisas y el llanto
en una avenida sin nombre
en tierras rotuladas con el adiós
y el fusil… y la viudez… y el odio…
y los yertos paisajes noctámbulos
cortan la piel con sus gotas húmedas
gotas de nombres y de cruces.





Tomado de nave de papel N°6, agosto de 2009

Cronista de la lluvia

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Cronista de la lluvia



Por Claudio Anaya L.

Tal vez Antonio Acevedo sea el poeta más convencido de su oficio en nuestro medio, una disciplina inamovible lo ha conservado fiel a su ejercicio literario a lo largo de varias décadas, tal vez la única fidelidad que ha observado en su vida; consignar con paciencia de cronista del mundo y de sus cosas, sus vivencias o su visión de la vida, filtrando los hechos, los conceptos y las imágenes a través del deseo de configurar o consolidar una obra literaria ambiciosa en la medida en que trabaja con una infinidad de temas en su poesía, y se asoma a los temas universales y a la gran cultura con la confianza que debe tener un escritor con respecto a estos trajines. Ha publicado cuatro autodenominadas antologías poéticas: Arte erótica en 1988; Los girasoles de Van Gogh en 1990; Atlántica en 2005; y  En el país de las mariposas en 2007; además de una serie de plegables y folletos en los que ha resaltado otros perfiles de su trabajo; publicaciones que han sido extractadas de una colección de tal vez más de once libros de poesía. Escritor prolífico del cual hace algunos años otro colega, nuestro Kipling boyacense, al enterarse de su fecundidad literaria dijo: “A Antonio hay que conseguirle trabajo o amarrarle las manos”. Su principal medio o recurso expresivo, es una suerte de monólogo asordinado que nos recuerda el sonido de la lluvia y en el cual el lector va encontrando encastadas las perlas de algunas imágenes, delicadas y tiernas a veces, como en su poema Al paso de mi mano sobre tu pelo:

Al paso de mi mano
sobre tu pelo como por mi
cuerpo sobre tu cuerpo
estremecida te abres
como un cielo despejado
en donde acaba de cesar
la lluvia que hace dibujar
el arcoíris en la tarde
húmeda y respiro bajo
su arco como reposo
bajo tu cuerpo cuando
he llovido dentro de ti.

y audaces y hasta procaces otras, de marcada tendencia erótica como en su poema La hierba púbica:

En el origen del vértice
de sus muslos como tierno
follaje nace la hierba púbica
que alucina como amapola
y conjura olorosa como una
misteriosa flor nocturna
acaríciala con mágica ternura
y ámala con secreta dulzura
que ella es la hierba púbica
en donde aflora la rosa
carnívora que hermosa devora
como el cielo  a la noche.

Otro poeta en nuestro medio, hacía énfasis en que la poesía no es un género sino una materia, un éter o una sustancia común a todos los géneros y sus híbridos, y que, a lo que llamamos poesía deberíamos llamar poema; como decir cuento, relato, ensayo o novela. Ahora bien, toda obra literaria de valor en cualquier género debe tener ese voltaje o atmósfera poética, que dicho de otra forma, son esos alcoholes de la nostalgia destilados en las palabras por nuestro espíritu, es ese ámbito creado conjuntamente entre el autor y el lector. Los tiempos cambian y con ellos los géneros literarios evolucionan. Hoy en día tienden a borrarse los límites entre los géneros, y un ejemplo característico son estos poemas de Antonio Acevedo que se originan en una anécdota y con una base narrativa, pasan luego a la revelación de la imagen. De ahí su monólogo que se centra en el discurrir de la memoria del voyeur, del observador o el mirón, o como menciona Mario Rivero en uno de sus poemas: “Soy un cuenta cosas, soy un husmea cosas”.

Los poemas de Antonio Acevedo nos dan un paseo por la memoria de la cultura, principalmente por la historia de la literatura, que encontramos como esos comentarios ya sabidos y que por cálidos es bueno volver a comentar para recordar, y que sé que son tenidos por él, como el sustrato fecundo, el subsuelo nutricio de la cultura y del cual emana la vida espiritual, la actitud civilizada y la confianza en la razón. Casi todo lo que nos dice en sus poemas es visto tras el cristal de una ventana empañada por la lluvia o tras la cortina del tiempo, como en su poema Guevara, en memoria del Che:

Bajo su boina su
melena la agita
el viento con su barba
entre el humo de un puro
que se fuma con una
mirada intensa que como
en un cuadro de Da Vinci
yace vivo en la memoria
que arde con sus fuegos.
Su corazón se oye aún
Latir en el futuro.

Poesía de estirpe intimista y solitaria, que se desgaja como una conversación anónima que flota en los vapores de la tarde y en las penumbras de la casa, que habla de la soledad en medio del ruido del mundo, y de la necesidad que tiene el hombre contemporáneo de reconstruir su vida, así sea contándosela él mismo.

(Periódico EL FRENTE, Bucaramanga, mayo de 2008)